Hoy les traigo una propuesta diferente.
A
la conocí en abril en la residencia de escritura de en Ciudad de México, bajo el resguardo de la sombra de las jacarandas. Estuvimos juntas una semana. Fue una de esas semanas con cara de mes y me atrevo a adelantarles que con Eu estaremos vinculadas por meses con cara de años. ¿Quieres hacer nuevas amistades de una manera fugaz? Léele tu manuscrito a un grupo de catorce mujeres tomando tinto y comiendo galletitas por seis mañanas y tardes seguidas.Con Eu nos escribimos con frecuencia: Mensajes de voz, pedazos de textos, stickers de WhatsApp y ahora, cartas. ¿Que si pueden ser físicas? Sí. Pero también pueden ser compartidas y qué mejor que compartirlas con estas lindas comunidades de Substack a las que ya pertenecemos.
Les dejamos estas primeras dos por aquí. Las escriben dos mujeres (nosotras - una en sus treintas y la otra en sus casi treintas) que no tienen miedo de romantizar retazos de sus días, aún cuando las cosas son difíciles y la razón se les escapa, pero siguen ahí, buscando como darle sentido al resto de las horas.
Eu,
Casi no me siento a escribir esto hoy. Pensaba en las otras cosas que hay en mi lista por hacer. Más que todo andar pendiente de mi perfil de LinkedIn a ver que sale por ahí. Siento que soy un pez en búsqueda de un anzuelo y no un anzuelo en búsqueda de un pez. Te confieso que para mi LinkedIn encaja en la lista de cosas que nos hacen más daño que beneficio.
Mientras lavaba los platos y miraba por la ventana de la cocina hacia la huerta de la casa, pensaba en lo que te quería decir y de repente se me vino a la cabeza todo a la vez. Dejé los platos a medio lavar, igual, nunca hay tiempo de lavarlos todos.
Te escribo ahora al canto de los pájaros que siempre escuchas en mis notas de voz.
El verano pasado había cuatro serpientes viviendo en la huerta. Las veía todas las mañanas mientras regaba las plantas y me acercaba con recelo, respeto, y por supuesto, miedo. Aunque son serpientes “de las buenas” como sabemos desde que nos mudamos a este bosque, me sigo congelando cada vez que las veo. Les pusimos nombres para saludarlas cada mañana y supongo eso me ayudó a humanizar el miedo un poco. Pisaba cerca del tronco donde descansan con cuidado y les hablaba, saludándolas por su nombre, avisándoles que estaba cerca y venía solamente a regar las plantas; que siguieran descansando. Mi intención del verano fue acostumbrarme a ellas, agacharme en el rincón opuesto del jardín y observarlas, acercarme cada vez más y más, dejando que mi miedo se calmara, enfrentarlo, dejarlo pasar.
Pensaba en qué momento los reptiles cogieron mala fama conmigo si de pequeña veía todos los programas de Animal Planet que hablaban de ellos. Quería aprender a mirar a una serpiente con el mismo respeto y amor que miro a un venado de este mismo bosque en el que en últimas soy yo la única extranjera. Poco a poco lo fui logrando. Entraba al jardín sin tanto cuidado, sin tener tan presente cada paso y ellas, silenciosas pero haciéndose notar, permanecían en el rincón de su mundo. Lo que empezó como un ejercicio de superación para mi, se convirtió en una progresión de confianza para todas. Compartimos las mañanas del verano juntas, a veces les conversaba como le converso a las plantas, les contaba una y otra vez, lo mismo que digo cuando salen las matas de tomate: “esta huele al Abuelo”. El otoño llegó y con él el frío. Me despedí sin caer en cuenta que nos volveríamos a ver.
Este verano no las he visto mucho. Sé que están ahí, bajo el mismo tronco pero no han estado muy activas. Así que el día que vi a una de ellas después de unas lluvias muy fuertes, paré en seco, me congelé de nuevo. El cuerpo se me entumeció y volvió a correr a través de mí el miedo profundo que sentía antes de conocerla mejor. Me devolví hacía la casa y cerré bien la puerta. La observé por la ventana de la cocina hasta que me pude asegurar que siguió su camino. Era Dorothy. Olvidé por completo el ejercicio, el verano aquel donde ella y yo conversábamos a la salida del sol.
Todo es un músculo.
Mi cuestionamiento del miedo a las serpientes hace parte de un cuestionamiento más grande, o chico, no lo sé. Como sabes, hace ya un año dejé mi trabajo de tiempo completo tras darme cuenta que me estaba comiendo viva. Desde el momento que cerré la puerta de la oficina, despidiéndome de mi escritorio en ele, mi tablero de mil colores, cargando mis matas y mis libros de liderazgo, voy cuestionando todo. Lo que me da miedo, lo que me consume, lo que hago sin darme cuenta, el por qué de las cosas.
Salí de ese trabajo con ánimo de explorar nuevas formas de vivir, con ganas de escuchar esa parte de mi que nunca ha encajado en espacios convencionales – la parte que cada vez que se asoma, aparecen manos de la nada para meterla de nuevo en un hueco profundo donde no llega el sol. El impulso, el deseo y la ilusión fueron mis guías – el machete que mis manos usaban para retirar la maleza de pastizales olvidados. Me rendí ante el momento, dejé mi apartamento y me fui. A Colombia, donde la Abuela, a ArteSumapaz, a la montaña, a México, a ningún lado, en donde los días de la semana no existían.
Ahora, un año después, llena de más preguntas que al comienzo, me doy cuenta que me vuelven a dar terror los lunes y que el terror empieza el domingo en la noche aún después de tanto tiempo sin horario de oficina. ¿Por qué?
Todo es un músculo.
Si el cuestionamiento para, las respuestas las llenan cuerpos externos al mío y me vuelvo a quedar sin voz – como me dejó sin voz al frío que dejó la serpiente. Esa costumbre de mantener a la curiosidad y al miedo a mi lado ha sido el impulso que me ha llevado hasta aquí.
Ahora vuelvo a los platos porque como ya sabes, siempre hay platos sucios que lavar.
María.


María, querida amiga,
Te leo y me transporto a las mañanas desayunando en México. Qué lindo sería escucharte contar esta historia con tu dulce voz (leí toda tu carta con tu voz en mi cabeza). Como últimamente fuerzo a mi nostalgia a ser también alegría (y quizás eso esté mal, cuestionarme tanto cómo siento las cosas), qué contenta me pongo de tener esta posibilidad: las cartas son y serán nuestra hortaliza del futuro.
Yo te escribo sentada en el 24A en un avión camino a Berlín. He estado en muchos aviones camino a Berlín este año, tres, para ser exacta, y muchos aviones en general. De pequeña fantaseaba con volar, recorrer, esparcirme, ahora sueño con una cama y una máquina de café y estabilidad; no cualquier cama ni cualquier máquina de café, sueño con la cama que tenía en mi casa de la infancia, de madera, muy robusta, con decoraciones de hierro pintadas color oro. Cuando la compramos, mi papá dijo que era mejor tener una cama buena que durara para siempre a una cama infantil, dormí hasta los 21 ahí (la habré comprado a los 13), ahora la usa mi abuela, en fin. Ahora que tengo 29 lo compro todo rosado, para emparejar mis años de niña-adulta.
La cafetera que sueño es la de mi hermano, quizás solo los extraño a los dos… Hago mi ilación con las serpientes acá, porque en mi casa de la infancia salían muchas serpientes de las buenas, mi mamá les tenía pavor. No vi muchas ni muy pocas mientras crecí ahí, pero sí recuerdo ver piel de serpiente por todas partes y a los perros huyendo de ellas, son unos seres imponentes, las serpientes, siempre que mi mamá cuenta un sueño en el que algo va a salir mal, comienza diciendo que había agua que no era clara, era turbia, y que salió una serpiente o más.
Este es el año de la serpiente, ¿sabés?, lo he estado diciendo mucho porque es un año de cambio; cuando pienso en por qué me asustan las serpientes vuelvo a imaginar la piel recién mudada, seca por el sol por la casa anunciando que el cambio ya se dio y yo ni siquiera me percaté de cómo se veía la serpiente antes. Me siento mucho así, yo también renuncié y sigo teniendo pesadillas con listas de quehaceres laborales y me meto a LinkedIn a ver si me aparece (sin que busque, ni aplique, ni nada) una oferta como la del inicio de Aura de Carlos Fuentes:
LEES ESE ANUNCIO: UNA OFERTA DE ESA NATURALEZA no se hace todos los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie mas. Distraído, dejas que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de té que has estado bebiendo en este cafetín sucio y barato. Tú releerás. Se solicita historiador joven. Ordenado. Escrupuloso. Conocedor de la lengua francesa. Conocimiento perfecto, coloquial. Capaz de desempeñar labores de secretario. Juventud, conocimiento del francés, preferible si ha vivido en Francia algún tiempo. Tres mil pesos mensuales, comida y recamara cómoda, asoleada, apropiada estudio. Solo falta tu nombre. Solo falta que las letras mas negras y llamativas del aviso informen: Felipe Montero. Se solicita Felipe Montero, antiguo becario en la Sorbona, historiador cargado de datos inútiles, acostumbrado a exhumar papeles amarillentos, profesor auxiliar en escuelas particulares, novecientos pesos mensuales. Pero si leyeras eso, sospecharías, lo tomarías a broma. Donceles 815. Acuda en persona. No hay teléfono.
No me ha soltado ningún anuncio así, LinkedIn, pero sospecho que mi mente ya hizo el aviso: lees y relees el anuncio. Se solicita a una mujer con conocimientos medios de francés, desordenada, distraída, que cuente tres historias para contestar a una pregunta de sí o no. Una literata geriátrica (según mi edad de embarazo) capaz de hacer reír a todo el piso con sus tragedias. Que le guste escribir, pero que le guste más sentarse a fantasear que escribe. Se solicita Eugenia Cruz.
Ya, en serio, me resuena esa frase que dijiste el otro día y que ahora parafraseo, ¿qué hacemos buscando donde no se nos solicita? Y, a la vez, ¿cómo sostener económicamente una vida digna con la escritura?
Me hablás de los platos por lavar y pienso automáticamente en un amigo, Thomas, vive mitad de año en Berlín y mitad de año en Guatemala. Hablábamos el día que me mudé de lo maravillosas que son las máquinas que lavan platos, él se compró una usada. Amiga, ¿y si ahorramos para una máquina que lave platos y nos ponemos a escribir?
Te dejo a media idea porque despego. Vamos a encontrar forma y lugar, preferiblemente, fuera de la red, el algoritmo y sus imposiciones.
Te abrazo,
Euge.


Vayan a conocer más de
. Conocedora de la palabra, catadora del deseo. Amiga que ama las cartas tanto como yo.Gracias por leernos.
Qué belleza de textos!!! Inspiran ese formato de correspondencia , si lo llegara a usar me gustaría darles créditos a ustedes🥹
Que se cumplan los deseos para las dos, Eugenia en esta casa te espera la máquina de café, tu rincón intacto y yo con mucho más amor que antes 🫶